LEY DE LA TERMODINAMICA INFORMACIONAL

LEY DE LA TERMODINAMICA INFORMACIONAL

Una de las paradojas en el desarrollo de la ciencia de la Termodinámica es que se aprendió más teoría construyendo motores de vapor y explosión, que se aprendió a construir esos motores a partir de la teoría. O sea, fue la práctica la que permitió desarrollar conocimiento.

De hecho, más allá del desarrollo de los motores, las verdaderas razones de algunas de las fórmulas fundamentales de la Termodinámica no se entendieron hasta mucho más tarde de su primera formulación; hubo que esperar hasta que la teoría cinética de gases, la mecánica estadística y la mecánica cuántica explicara la Termodinámica de grandes grupos de partículas (átomos y moléculas) a partir de la estadística del comportamiento de los miembros individuales de esos grupos.

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Pues bien, uno tiene la impresión que en la ciencia de la información ocurre algo parecido: es a partir de desarrollar sistemas de información, y de tenerse que enfrentar con las problemáticas en el manejo de los soportes de esa información, y de la información como recurso en las organizaciones, que estamos entendiendo como se comporta ese recurso tan difícil de comprender.

La práctica de los sistemas de información es la mejor ayuda que tenemos para entender qué es el recurso que aquellos manejan.

Los sistemas de información son los “motores de explosión” que nos permiten entender mejor la ciencia de la “termodinámica informacional”.

El matemático Keith Devlin sugirió en su momento una metáfora sobre nuestra comprensión actual del concepto información. Se preguntaba Devlin qué nos respondería un hombre de la Edad del Hierro si apareciera de pronto entre nosotros y le preguntáramos: ¿qué es el hierro? Posiblemente, se sorprendería de la pregunta, nos enseñaría sus instrumentos de hierro, nos diría incluso cómo los hace, pero de ninguna forma se vería capaz de responder qué es. Ante esta frustración, pensaría que nos estamos burlando de él y aplicaría su hacha de hierro para el fin para el que fue concebida.

Hemos tenido que esperar milenios para entender qué es el hierro. Un elemento químico de tal número atómico, con tal número de protones, neutrones, electrones, etc. Sin duda, nuestra comprensión de qué es el hierro es mucho más profunda de la que ningún hombre de la Edad del Hierro hubiera podido soñar. Y para respondernos a esa pregunta tan “obvia”, hemos tenido qué esperar a que una cuantas mentes brillantes desarrollaran el método científico, que especularan sobre el atomismo, que clasificaran los elementos, que hicieran hipótesis sobre la composición de la materia, etc.

Pues bien lo siento mucho, pero coincido con Devlin en que nuestra posición respecto a qué es la información es exactamente la misma que tenía el hombre de la Edad del Hierro respecto al hierro. La utilizamos cada día, disponemos de máquinas muy sofisticadas para producir información desde cualquier punto, tenemos teléfonos móviles para lanzar esa información urbi et orbi desde, literalmente, cualquier punto del planeta, pero, lo siento, no sabemos qué es exactamente eso que estamos manejando cada día hasta la saciedad.

Diréis: si, que lo sabemos. Datos, información, conocimiento, inteligencia, toda esa clasificación que hemos leído en tantos lugares, y que yo mismo he escrito en unos cuantos libros. Pero, lo siento, estamos muy lejos de entender el concepto “información” en toda su profundidad… Ni siquiera me sirven las teorías de Shannon, o la “teoría de la información” de los estadísticos puros.

Entender que el descubrimiento de “qué es la información” será uno de los más fundamentales de la historia de la humanidad, y que para llegar a este difícil objetivo es preciso poner de acuerdo las más diversas disciplinas, o sea, que el empeño es inter o multidisciplinar, es, en mi opinión, fundamental.

De mi libro: Infoxicación