Ley de Metcalfe
Atribuida a Robert Metcalfe, ingeniero que inventó el protocolo de comunicaciones de Ethernet, esta ley señala que el valor de una red (cualquiera: de teléfonos, de ordenadores, de personas, etc.) es proporcional al cuadrado del número de nodos de esa red.
Es obvio que una red de un solo miembro tiene poco sentido y, por tanto, poco valor, desde el punto de vista comunicacional: una red consistente en un único aparato de fax sirve para bien poco. Una red con dos aparatos ya sirve para algo más, porque esos dos aparatos pueden comunicarse entre ellos. Una red con cuatro aparatos permite más intercambios, más parejas comunicacionales. En otras palabras, una red con el doble de nodos permite hacer cuatro veces más cosas, y por eso su valor es cuatro veces superior.
Internet es el perfecto ejemplo de validez de la ley de Metcalfe. Si comparamos el fenómeno con otras redes basadas en sistemas “propietarios” (protocolos no gratuitos), como las que intentaron desarrollar algunas grandes empresas informáticas o grandes instituciones financieras, entendemos el poder de expansión que se deriva de un sistema verdaderamente “universal”. El Minitel tuvo un éxito más que notable en Francia, pero no consiguió proyectarse de forma comparable a otros países. Prodigy lo intentó a principios de los 90 en Estados Unidos, consiguiendo sólo un notable fracaso. Pero sólo el Web ha conseguido una expansión tan rápida que ha hecho que individuos y empresas hayan entendido que o se está en la Red o no se existe. Y una vez entendido este “mensaje”, la Red aumenta exponencialmente, y paralelamente lo hace su valor.
Resulta curioso, sin embargo, reconocer que Internet no es el primer ejemplo histórico de la ley de Metcalfe. A mediados del s. XIX, el telégrafo ya experimentó algunos de los “efectos red” que ahora vemos en Internet.
Recuerdese el fantástico libro al respecto, The Victorian Internet.